Christine Lagarde, la presidenta del Banco Central Europeo, no lo tiene fácil. No solo tiene poca compañía en una cúpula de gobierno con más testosterona que el vestuario del Real Madrid—no en vano le ha encargado a Isabel Schnabel, la otra mujer de la foto, que investigue el porqué de esta disparidad apabullante—sino que además no son tiempos propicios para su afán de liderar convenciendo en lugar de imponiendo.

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